Mujica superstar

pepe-mujica2Tenemos al presidente más respetado, envidiado, admirado si cabe y, por supuesto, al más mediatizado de cuantos hemos tenido desde que se recuperó la democracia en este país. Cada vez que sale de gira al exterior es seguido por un batallón de periodistas, camarógrafos y fotógrafos para los que el presidente de Uruguay es una presa mediática que no están dispuestos a soltar así como así. Esta última vez no ha sido la excepción. No sé si los chinos se enteraron de que José Mujica acaba de estar en su país, pero los españoles desde luego que sí.

A juzgar por las veces que he recibido el link a la entrevista con Televisión Española [aprovecho estas líneas para pedirles a todos mis amigos, familiares, vecinos y compañeros de trabajo que no me la sigan enviando, que ya me la sé de memoria], deduzco que ese embelesamiento y admiración también se han propagado por estas tierras. Es cierto que aquí Mujica tiene tantos adeptos como detractores, tal vez porque en el propio país las virtudes y defectos de los políticos se conocen mejor que en otras partes y los ciudadanos no están dispuestos a ser condescendientes con ellos. Pero cada vez que fuera de fronteras llueven los elogios a nuestro presidente (y el asunto se ha hecho costumbre), se multiplica el número de uruguayos a los que se les hincha el pecho y experimentan un discreto orgullo, incluidos varios que reprueban sus políticas.

¿Qué explica la seducción que ejerce Mujica sobre propios y extraños? Da la impresión de que la respuesta no es de orden político. La gran mayoría de quienes le ensalzan fuera del país ignoran casi todas las iniciativas de su gobierno. Desconocen qué ha hecho en asuntos como la salud pública, la educación, los impuestos, la pobreza o la política exterior de este país. Lo que fascina y embelesa de Mujica es su honestidad, su austeridad espartana, el hecho de que siga viviendo en la misma humilde granja en la que vivía antes de ser presidente, que done más de la mitad de su salario a causas filantrópicas, su desprecio de las convenciones y protocolos, su condena del consumismo, que viaje en su VW Fusca de los años 70 y, por cierto, sus aforismos y dichos de filósofo de mostrador, que están entre la insignificancia y la obviedad. En suma, su supuesta bondad, no su (confuso) ideario político; su supuesto altruismo, no sus (enmarañadas) posiciones políticas. En otras palabras, no su política, sino sus atributos personales.

Para disipar dudas: nada tengo en contra de esos rasgos de nuestro presidente. Me parecen simpáticos y al menos uno de ellos, la honradez, hasta podría considerarse una condición tan necesaria como insuficiente para hacer política. Se comprende que en una era en la que la política está completamente desprestigiada a ojos de los ciudadanos y los episodios de corrupción están a la orden del día, nos baste con que los políticos no roben ni se sirvan de la política para provecho propio. Pero la decencia y la austeridad no son equipaje suficiente para hacer política. Los rasgos personales de Mujica –y de cualquier otro dirigente político– son, hablando con propiedad, prepolíticos, nada nos dicen acerca de lo justos o democráticos que puedan ser sus planteamientos. Se puede incluso tener todos esos atributos y ser una auténtica nulidad política, o un gobernante injusto o tiránico.

Es más, cuando el honestismo y el buenismo arraigan en la política, cuando los convertimos en el rasero con el que la juzgamos, en la vara con la que medimos los méritos y los deméritos de las políticas, estamos alimentando las ya de por sí muy bien alimentadas inclinaciones anti-políticas de la sociedad. Cuando la política equivale a una suerte de concurso sobre honestidad y austeridad, dejamos atrás lo que tradicionalmente significó gobernar, esto es administrar un territorio, distribuir recursos, arbitrar entre intereses con un criterio de justicia, aprobar y aplicar leyes. En pocas palabras, otorgar la primacía a la generalidad, que es lo que hace la ley con su carácter impersonal y abstracto. Hoy, en cambio, el mejor gobernante es el que está más atento a las situaciones individuales, a los casos particulares, al drama personal de Doña María, como dicen los demagogos, el que “comprende a la gente”. De ahí que el político se parezca cada vez más a un bombero que apaga los fuegos de la ira y la decepción de cada ciudadano particular, para el que la política es el lugar al que se va a reclamar. Presupone la creencia de que cada situación tiene una originalidad irreductible que se debe tener en cuenta. En ese sentido, la semejanza del representante con el representado es particularmente valorada. El representante ideal es, desde ese punto de vista, el que piensa, habla y vive como sus mandantes. No ha desaparecido la idea de que el gobernante debe tener competencias para gobernar. Pero esa lógica de la distinción (“elijo a los que me parecen mejores”) convive o ha sido superada ya por la lógica de la identificación (“elijo a los que se me parecen”). Es en este terreno, no en el de la acción política propiamente dicha, en el que Mujica brilla y opaca a sus rivales.

Por si quedaran dudas, repito: no estoy diciendo que sea indiferente que los gobernantes sean corruptos o vivan en el lujo; estoy diciendo que superar el examen más exigente de honestidad o austeridad no constituye una garantía de una buena política. Más aún, con ese certificado ni siquiera hemos ingresado a la esfera política.

La conducta de Mujica no es, o no es sólo, un ardid de un viejo calculador. De alguna manera, Mujica es el resultado de la sensibilidad anti-política imperante, ofrece lo que una parte de la sociedad está pidiendo a gritos. En un mundo plagado de incertidumbres, en el que los políticos ya no pueden prometer casi nada, en el que la complejidad y las interdependencias mutuas en las sociedades contemporáneas  dificultan la atribución de responsabilidades, un buen número de ciudadanos lo que reclama es el derecho a confiar. Y dado que las ideas y proyectos son demasiado complicados y abstractos como para suscitar confianza, muchos ciudadanos están inclinados a buscarla en las personas, en primerísimo lugar en aquellas con las que se identifican personalmente. Mujica ha convencido a muchos de que él es uno de ellos. Pero hacer política exige algo más que ser el mero traductor de las voces de los representados o el eco fiel de la sociedad. Exige un trabajo de reflexión, de mediación, de elaboración, en el que la no coincidencia entre la representación (política) y lo representado (la sociedad), antes que un problema es la que la hace posible. Si fuera nada más que la traducción desnuda de los intereses que desgarran a la sociedad, la política sería una tarea imposible.

Toda la entrevista de la extasiada periodista española a Mujica, y en particular su última intervención, viene a confirmar lo escrito hasta aquí: “espero que esto sea para usted un cumplido: no parece usted un político”. A la periodista (cuya voz expresó a su manera aquello que interesa a la ciudadanía en general) no le importaron en lo más mínimo las ideas de su entrevistado, ni su política, que se notaba que desconocía, salvo en lo que concierne a dos asuntos recalentados hasta la saciedad: la legalización del aborto y del consumo de marihuana. Lo que más encanta de Mujica es precisamente su personalidad, sus hábitos y costumbres, su historia de vida, tan épica y dramática a la vez, un verdadero tesoro para los medios, que van a la pesca de imágenes de seres de carne y hueso, y no de abstractas y complejas ideas políticas que aburren a todo el mundo.

Se comprende que en una época en la que las personas huyen de la política como de la peste y en la que se considera, en particular en España, un demérito estar en política, el mayor elogio a Mujica que se le ocurrió a la citada periodista fuera el que fue. Y el astuto de Mujica, que sabe lo que deleita al perplejo ciudadano de esta era posmoderna: “Yo soy un luchador social, esto (de ser presidente) es una changuita que me conseguí”.

Ahora bien, si nada podemos esperar de la política porque está podrida, ¿a qué o quiénes podemos recurrir para abordar los serios problemas del tiempo que nos toca vivir? ¿Al mercado?, ¿a la religión?, ¿a los líderes de la “sociedad civil”?, ¿o será que ya no hay problemas que deban enfrentarse colectivamente, sino problemas personales cuya solución depende del ingenio de cada cual?

10 Responses to Mujica superstar

  1. Rodrigo Vilariño dice:

    Impecable Coco!

  2. Cristina Cavestany dice:

    Genial Coco, ya que soy de las adeptas y embelesadas con esta figura! buen artículo, bien escrito, me nutro de tu sabiduría. Cris

  3. Agustinagustín dice:

    Hasta que no escribas algo extenso y detallado, me da lo mismo si es a favor o si es en contra, sobre las políticas impulsadas por Mujica y su equipo, tristemente voy a tener que convencerme que vos también estás entre la gente que le aburre esas abstractas y complicadas ideas políticas y que sólo piensa, opina, escribe sobre el personaje en cuestión.

  4. Estimado Agustín, una buena parte de los artículos de los últimos tres años de este blog están dedicados a eso que me pide. Aunque no estén formulados de esa manera. Abrazo

  5. Jorge dice:

    Muy bien dicho Barreiro, esta todo creo que muy bien planteado y apuntado.El deslumbramiento , por otra parte de muchas cabezas tanto en Argentina , como aca en Espein,son ciertamente comprensibles cuando ves a este dirigente tan poco apegado a toda la cuestion del boato, coche oficial y toda la parafernalia que suele acompañar al ejercicio del poder generalmente.Tambien lo es
    el aprecio que la gente tiene por la proximidad , o sencillez que exhiben , gente como Lula,Mujica o el actual Papa.
    Totalmente cierto, lo que apuntas de que en gral . los medios lo que menos buscan es esclarecer en cuanto a que significan unas políticas u otras y apenas rascan un poco sobre la cascara de los argumentos y el 98% apunta al posible efecto «show».
    Un abrazo, maestro!!!

  6. Jorge, el texto me parece positivo desde varios puntos de vista: forma, tono y voz personal (dudo del contenido). La forma displicente con la que tratas a la «señorita» de TVE en inusual. Ella es periodista (aunque acepto que no te guste el planteamiento de la entrevista). Aquí, en España, la corrupción nos inunda. Con políticas de izquierda (preferentemente) o sin ellas, necesitamos políticos con «atributos personales» y honestos como vuestro Presidente.
    Observo que, como el vuestro ya es «honesto», le exiges más –y estás en tu derecho–. Comprende, por favor, que a algunos españoles (como yo) nos cueste trabajo aceptar la denuncia de «programas-efectivos» (frente al populismo de las formas ) que citas en tu texto.
    Cordiales saludos.
    Antonio.-

  7. Juan Perez dice:

    Entrevista con el analista Luis E. González en El País

    -Sin embargo la popularidad de Mujica no parece estar tan mal, comparada con la de su gobierno…

    -No es raro que la opinión sobre el hombre sea mejor que la de sus acciones; Mujica tiene razones fácilmente comprensibles para ser visto como una mejor persona; él es un caso excepcional. La gente respeta y mucho su forma de ser, acostumbrada a un mundo de caraduras que dicen una cosa y hacen otras, que es más o menos nuestro mundo corriente. La coherencia en serio, es una cosa muy rara, y tiene valor. Mujica tiene eso y la gente se lo reconoce.

    Es una persona enormemente respetable en muchos sentidos, pero su gestión es otra cosa. El «como te digo una cosa te digo la otra», llevado contumazmente al plano de la gestión política, tiene su costo.

  8. Elsa Aurora Calleja Quevedo dice:

    Me encantó tu artículo Coco, y coincido contigo en que el carisma no es garantía de buen gobierno, nada tiene que ver con la política, y hasta puede ser peligroso. Es el caso que los que estamos en México, en Cuba, en España, plagados de políticos corruptos que no sólo gobiernan mal, sino que además son pesados, pretensiosos y decadentes, no podemos ser insensibles a la seducción del viejo pícaro.

  9. Renée dice:

    Mujica es el tipico Uruguayo, desmenuzado esplendidamente por Leila Macor,en su hilariante livro»Lamentablemente estamos bien».

    • Renée dice:

      Opa, perdón! Que se lea»libro» en lugar de livro y que mi deslise sea perdonado ya que exprimir mis pensamientos en portugues por casi treinta y siete años me lleva a cometo erros ortográficos homéricos.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.