Sobre la revolución rusa (II)

En oposición a la versión que pretende que el curso indeseable de la revolución rusa se inició tras la muerte de Lenin, y que hasta esa fecha las nuevas autoridades no se apartaron, salvo en asuntos menores, de su promesa emancipatoria y redentora, Orlando Figes suministra en su La revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo sobradas pruebas de que las cosas no ocurrieron de ese modo.

No había pasado un año desde que los bolcheviques se instalaron en el poder y ya se había proscrito a todos los partidos, incluidos los soviéticos, no circulaba prácticamente prensa opositora (el semanario dirigido por Gorki fue acaso una de las excepciones) y se había clausurado la asamblea constituyente después de que los bolcheviques obtuvieran sólo el 24% de los votos en las elecciones para integrarla. Dos meses después del golpe de Estado de octubre de 1917, se creó la Cheka, cuyos responsables se inspiraron en los métodos de la policía zarista, que habían padecido hasta hacía bien poco.

Los primeros pasos de la gestación de la nomenclatura soviética no se dieron en tiempos de Stalin, como supone interesadamente la historiografía trotskista. Para 1918 cinco mil bolcheviques vivían con sus familias en el Kremlin y en hoteles especiales en el centro de Moscú. En el Kremlin había más de dos mil empleados de servicio y su propio complejo de tiendas y tres enormes restaurantes con cocineros formados en Francia. El presupuesto doméstico de esos dirigentes era en 1920, cuando todos esos servicios fueron declarados gratuitos, similar al de toda la seguridad social de Moscú. Y ello en medio de las privaciones más indescriptibles que padecían sus contemporáneos.

Con todo, el capítulo más trágico y sangriento de la revolución rusa fue sin duda la guerra civil, que siguió al golpe de octubre. Persuadidos de que la conservación de su propio poder era la única garantía de que la revolución se mantuviera con vida y de que a través de la coerción estatal se podía construir el comunismo, los bolcheviques pusieron todas sus energías en ganar la guerra a cualquier precio. Bajo el llamado comunismo de guerra (1919-1921) se propusieron organizar toda la vida social a imagen y semejanza del ejército, militarizaron la producción y el trabajo, restauraron los grados y las jerarquías en el Ejército Rojo (decenas de miles de oficiales zaristas ingresaron a sus filas), decretaron la incautación de las cosechas, estatizaron las fábricas que quedaban en actividad, suprimieron el control obrero. A la cabeza de esa faraónica empresa: León Trotsky. Pero el remedio resultó peor que la enfermedad. Los campesinos ocultaron sus cosechas y resistieron las incautaciones, lo que agravó la crisis alimentaria en las ciudades. En medio de la ruina y la devastación, éstas empezaron a vaciarse mientras los caballos yacían muertos en sus calles y las enfermedades y el hambre se enseñoreaban por doquier. OF documenta numerosos casos de canibalismo. Si no se tratara de la tragedia que fue, podría uno celebrar la ironía del autor en el sentido de que a través de Marx, los bolcheviques volvieron a la Edad Media.

La guerra civil no fue sólo, como pretendió la historiografía soviética, un enfrentamiento contra los ejércitos blancos para salvar al “socialismo” amenazado (en verdad al régimen bolchevique). Fue también una guerra despiadada contra los campesinos, los pocos obreros que quedaban, que pedían comida y libertad, y los millares de soldados desertores cuyas familias eran tomadas como rehenes para obligarlos a volver a filas. Los primeros se armaron para resistir las confiscaciones de grano y llegaron a constituir auténticos ejércitos campesinos, que mataron a miles, a decenas de miles, de funcionarios bolcheviques de la forma más cruel. Les arrancaron los ojos, los enterraron vivos, los crucificaron. De nuevo el primitivismo ruso, diría Gorki.

Las huelgas en contra de la militarización de las fábricas y en demanda de comida se generalizaron y miles de sus dirigentes fueron encarcelados o directamente fusilados. Fue esa tenaz resistencia, de una magnitud que hizo temer al propio Lenin por la supervivencia del régimen, la que finalmente enterró el comunismo de guerra e implantó la Nueva Política Económica (la NEP), que restauró parcialmente los mecanismos mercantiles. No fue el genio pragmático de Lenin el que lo persuadió de terminar con el comunismo de guerra, sino la violenta resistencia del campesinado, cuyas almas los bolcheviques jamás lograron conquistar, a pesar del decreto de expropiación de tierras de la nobleza con el que se inauguró su gobierno y que supuso, una vez más, una patente para el saqueo y el pillaje.

Los marineros de Kronstadt, bolcheviques y anarquistas la mayoría, fueron el emblema de la resistencia contra la militarización de la sociedad. A principios de 1921 exigieron la legalización de los partidos soviéticos, libertad de expresión, derecho de los campesinos a disponer de sus cosechas y “raciones iguales para todo el pueblo trabajador”. La rebelión fue sofocada a sangre y fuego (Trotsky haciendo nuevamente de las suyas). No menos de 1.500 rebeldes fueron fusilados y el resto encarcelado o deportado. Permítanme concluir citando ampliamente el manifiesto de aquellos marineros porque a su manera resume el círculo descrito por la revolución rusa:

“El poder de la monarquía, con su policía y su gendarmería, ha pasado a manos de los usurpadores comunistas, que han entregado al pueblo no la libertad, sino el miedo constante a las torturas de la Cheka, cuyos horrores exceden con mucho (…) los del zarismo. El gobierno, emblema del Estado de los trabajadores, de hecho ha sido reemplazado por los comunistas, por la bayoneta y la ventana enrejada, que utilizan para mantener la calma y la vida segura de la nueva burocracia de los comisarios y funcionarios comunistas.

Pero lo peor y más criminal de todo es la servidumbre moral que los comunistas han introducido: han puesto sus manos en la conciencia del pueblo trabajador, obligándolo a pensar de la manera que ellos desean. A través del control estatal de los sindicatos han encadenado a los trabajadores a sus máquinas, de tal manera que el trabajo ya no es fuente de alegría, sino de una nueva forma de esclavitud. A las protestas campesinas y de los trabajadores, cuyas condiciones de vida les han obligado a ir a la huelga, han respondido con ejecuciones masivas y con un derramamiento de sangre que excede incluso el de los generales zaristas. La Rusia de los trabajadores, la primera que alzó la bandera roja de la liberación, está anegada en sangre”.

Si estuviéramos obligados a resumir en dos palabras el espíritu de la revolución rusa, esas palabras serían venganza y violencia, ambas omnipresentes en la narración de OF. Y en todas las revoluciones, podría agregarse. Pero en la rusa, si cabe, esa violencia fue más cruel, salvaje e inmisericorde. Los historiadores coinciden en que entre las hambrunas, las enfermedades, los episodios de 1917, el terror rojo y la guerra civil, es decir sin contar los caídos durante la Primera Guerra Mundial, murieron como mínimo diez millones de rusos  entre 1917 y 1922.

Conviene tener en cuenta el carácter anárquico del movimiento revolucionario porque sobre él se erigió en parte el poder de los bolcheviques, que supieron ver el potencial que tenía. Los bolcheviques no eran simples saqueadores, como mucha gente acomodada suponía en aquella época. Pero la sublevación estaba condenada a descender al caos porque los bolcheviques tenían a su disposición muy pocos combatientes disciplinados y porque la toma del poder como acto violento estimuló tales acciones de la muchedumbre. La violencia de la turba, que no pocos intelectuales de la época atribuyeron a la servidumbre ancestral del campesino ruso, Gorki en particular, fue en su mayor parte una reacción espontánea, una expresión del odio hacia el antiguo régimen, una manifestación de venganza por las humillaciones padecidas. “Una muchedumbre desorganizada, que apenas comprende lo que quiere, se arrastrará por la calle, y utilizando esa muchedumbre como tapadera, los aventureros, los ladrones y los asesinos profesionales, comenzarán a ‘crear la historia de la revolución rusa’”, escribió Gorki a principios de 1917. “Hay mucho más aquí de naturaleza absurda que heroica. El saqueo ha empezado. ¿Qué ocurrirá? No lo sé. Se va a derramar mucha sangre, mucha más de la que se ha derramado nunca”, fue su juicio premonitorio.

Las revoluciones sociales (esto es, populares y masivas) como la rusa, bien pueden carecer de fines políticos coherentes, ser incluso anti-políticas, un movimiento puramente reactivo, despreocupado por sus resultados ulteriores. El saqueo, la violencia y los asesinatos fueron elementos integrales de la militancia obrera, una manera de asegurar el poder de la turba plebeya y de destruir símbolos de riqueza y privilegio.

El rechazo de toda autoridad –jueces, funcionarios, sacerdotes, caballeros, empresarios– fue la principal fuerza impulsora de la revolución social, sostiene Figes. Al asumir el vandalismo una forma institucional (“saquear a los saqueadores” llegó a ser una consigna oficial del partido), “los bolcheviques pudieron aprovecharse de las energías revolucionarias de los elementos pobres, que obtenían placer al ver a los ricos y a los poderosos destruidos, a pesar de que eso no mejorara su propia suerte. Si el poder soviético podía hacer poco para aliviar la miseria de los pobres, podía al menos hacer la vida de los ricos más miserable que las suyas y eso fue causa de una considerable satisfacción psicológica”, asegura  OF. “Desconfío especialmente de un ruso –escribió Gorki a Ekaterina– cuando tiene poder en sus manos. Esclavo no hace mucho tiempo, se vuelve el déspota más incontrolado cuando puede convertirse en el señor de su prójimo”.

Por eso mismo es perfectamente coherente la afirmación de OF de que el Terror Rojo surgió de abajo. Los bolcheviques no crearon el terror de masas, lo estimularon.

M. Y. Lasis, uno de los dirigentes de la Cheka, instruyó a sus funcionarios: “no busquéis pruebas contra el acusado. En primer lugar, preguntadle a qué clase pertenece, cuál es su origen social, su educación y su profesión. Estas son las preguntas que deben determinar el destino del acusado. Ese es el significado del terror rojo”.

* * *

Aunque la historia no suele dar cuenta de aquello que pudo ocurrir, sino de aquello que efectivamente ocurrió, no es un ejercicio inútil contemplar las posibilidades no realizadas de la historia, como hace OF en varios pasajes del libro, porque pone en evidencia que la historia es algo abierto e indeterminado y que sus resultados no estaban ni están anticipadamente decididos por leyes de acero. OF se pregunta qué hubiera ocurrido si los revolucionarios hubieran decidido seguir el camino abierto en Febrero y conducir a Rusia por el camino que siguieron los demás países de Europa. A su manera Gorki se preguntó lo mismo cuando, deprimido y decepcionado, abandonó Rusia: ¿valió la pena?

Las posibles respuestas no cambiarán la historia, está claro. Pero a la vista del desmesurado costo en vidas, sufrimiento, atraso y violencia que supuso la “vía bolchevique” a un socialismo que, a pesar de la revolución, siempre estuvo más lejos en la vieja Rusia que en cualquier otro país de Europa, al menos podrían servir para rendirle un tributo póstumo a los vilipendiados y perseguidos mencheviques.

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14 Responses to Sobre la revolución rusa (II)

  1. Marcos dice:

    Geniales ambos posts! Disfruté mucho leyéndolos, voy a tener que comprar el libro.

    Saludos

  2. He logrado convencer a alguien. ¡Objetivo cumplido!

  3. Sergio Villaverde dice:

    Me pareció muy interesante el enfoque de la «Revolución Rusa» que podría llamarse «La restauración del poder totalitario, pero en otras manos». Acabo de releer un libro escrito en 1939-40 por James Burnham (filósofo, EEUU, 1905-1987): «La Revolución de los Directores» traducción un poco limitada del título original: The Managerial Revolution. La tesis fundamental podría resumirse en 1) La sutitución del sistema capitalista no es necesariamente el socialismo (como Marx dixit) 2) Está en curso la sustitución del capitalismo por una sociedad donde la clase dominante está integrada por los «managers» y cada vez menos por capitalistas que asumen «riesgos». El acierto de Burnham es mostrar una posible asunción de esta nueva clase (analizando en ese tiempo la URSS, el nazismo y el New Deal en EEUU). En fin, da para mucho, si interesa puedo ampliar.

  4. Sergio, no leí el libro que mencionás, pero ya en la década de los 70 había quienes caracterizaban a la URSS como un capitalismo de Estado. La idea, en resumidas cuentas, es que la nomenclatura que dirigía el país tenía los mismos privilegios y poderes que las clases a las que había reemplazado. La única diferencia es que esos privilegios y poderes derivaban, no de recursos individuales, sino de su pertenencia a esa clase. A diferencia del capitalismo de libre mercado, los privilegios de esa clase se extinguían si el involucrado abandonaba (o era excluido) de esa nomenclatura que ejercia colectivamente el poder.

    Creo que una de las originalidades del libro que comento es que demuestra que ese curso de la revolución no comenzó con Stalin, sino en los orígenes mismos de la revolución.

    Me parece muy apropiado el énfasis que ponés en que una revolución no supone per se un hecho positivo. La aclaración viene a cuento de quienes sacralizan el hecho revolucionario sin reparar en sus resultados. Sí, en Rusia hubo una revolución, claro, ¿pero eso da por zanjado el asunto?, ¿no importa aquello a lo que condujo esa revolución?

  5. margarita dice:

    me atrapaste con estos dos post. Y me hiciste pensar en cómo a veces creemos ciegamente en una «realidad» y, con el paso del tiempo, esa «realidad» se nos hace añicos.
    El libro menciona que pasaba en otros lugares, o sólo se refiere a Rusia? Por que esa revolución se «exportó» a otros países y, creo saber, al menos, que la misma se vivía de manera diferente, inbuída, claro, por las diferencias étnicas e históricas de cada nación.-

  6. JB dice:

    Habla, sí, de otras repúblicas del Imperio ruso, de las bálticas, de Ucrania sobre todo y de las repúblicas caucásicas. De todo el problema nacional en esas zonas y de cómo lo trataron los bolcheviques. Pero se imaginará, estimada Margarita, que no me era posible hablar de esos asuntos en el post.

  7. JE dice:

    Querido, Barreiro:
    Recien ahora pude leer estos posts sobre el libro de la Rev. Rusa, que indudablemente parece muy interesante.El año pasado tuve el agrado de leer la obra de Vasili Grossman : Vida y destino. Lo recomiendo vivamente , me parece uno de los frescos literarios mas profundos y conmovedores sobre el alcance de la trituradora totalitaria, tanto la sovietica como la nazi, aparece todo el horror de la guerra, los campos, la ciega firmeza de los aparatchiki,el heroismo por la causa,las miserias de la guerra y las miserias humanas , en fin, es dificil reseñar cuantos frentes toca esta obra impresionante , con gran hondura.
    Lo publica Galaxia Gutenberg , asi como Todo fluye , y , ahora han editado tambien sus articulos periodisticos, ya que fue uno de los grandes periodistas del regimen , hasta que se distancio de el y uno de los primeos en visitar los campos de exterminio.

  8. Daniel Núñez dice:

    Estimado Coco, excelente el aporte, que excede con creces la reseña litearia.
    Como bien decís, el mayor aporte es demostrar que «el estalinismo» comenzó con Lenin.
    Hoy hay discusiones que parecen haber perdido vigencia, pero que siguen en el debe. En la matriz ideológica de nuestra izquierda Lenin es una carga pesada.
    Ahora quiero leer el libro.

  9. Daniel, a propósito del leninismo, creo que ha sido una de las mayores plagas que ha caído sobre la izquierda latinoamericana. Y dadas las inclinaciones de cierta izquierda a seguir creyendo que la gente no sabe lo que le conviene y que esa sabiduría le será revelada desde afuera por los portadores de la conciencia socialista, me permito dudar de que sea una discusión exclusivamente sobre el pasado. Lenin erigió una «teoría» que no fue otra cosa que una justificación a posteriori de su revolución bolchevique. Y nosotros llegamos a tomar esa «teoría» como la Biblia.

    Gracias por los elogios… y no te vas a arrepentir de leer esas mil páginas.

  10. Isaac dice:

    Hola, el tema es muy interesante pero me parece que te decantas demasiado hacia un lado. En toda revolución hay muertes, y después de intentarlo por las buenas y el zar responder por las malas ¿que esperabas? Con todo lo que sucedió antes y durante tanto tiempo,…. de todos modos fue más dificil como consecuencia del vasto territorio que tenía Rusia, que todavía estaban en guerra y los blancos que se resistían a dejar el poder.

  11. HHH dice:

    Es que, efectivamente, la mayoría de la gente no sabe lo que le conviene, y basta remitirse a las sobradas pruebas.

  12. jaime dice:

    menuda patraña de articulo, todo manipulacion y mentira

  13. Muy buenas las dos reseñas, muchas gracias. Recuerdo haber leído sobre el viaje de Stalin Austria, tras la revolución, Lenin lo envía a estudiar el tratamiento de «las nacionalidades» en el antiguo imperio austro húngaro para aplicar las políticas que lograran unificar y apaciguar a las diversas etnias que se reunieron en la unión de repúblicas socialistas soviéticas.

  14. Jorge Barreiro dice:

    Para lo que hizo con las «nacionalidades» no hacía falta estudiar mucho.

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